domingo, 23 de enero de 2011

¿Qué pasa cuando el camino se acaba?

Caminamos con rumbo por el sendero de la vida. Tropezamos con piedras, atravesamos ríos, incluso a veces lagos. Nos cruzamos con personas y las saludamos al pasar; algunas veces nos paramos a hablar con ellas, otras veces pasamos de largo, pero en alguna ocasión les agarramos de la mano y dejamos que nos acompañen en nuestro camino.

Es largo el camino, tan largo como nosotros decidimos. Hay personas que logran llegar a su meta y se proponen una nueva para seguir caminando, pero hay otras personas que prefieren sentirse seguros en su logro y sentarse a ver la gente pasar por los caminos contiguos. También hay personas que se pasan la vida andando sin llegar nunca a esa meta tan deseada y otras cuantas que se cansan de andar y se sientan en el suelo abatidos.

Para éstas últimas el camino se acaba, solo quedan ellos mismos y el suelo en el que están sentados. No hay metas, no hay ganas de seguir andando, no hay camino, no hay más vida que la que vivieron hasta ese momento. La meta por la que caminaban desaperece y con ella esa fuerza que los animaba a andar.

Sentados en el suelo ven pasar la vida de otros mientras la suya envejece y se queda sin fuerzas. El suelo se agrieta y se va convirtiendo en un agujero más y más negro del que cada vez es más difícil salir.

Pero cuán frustrante es vivir aguantando la vida en la espalda, intentar compartir el camino de otros, salirte constantemente del tuyo, acabar sentado en el suelo. Y cuán frustrante es vivir esperando el olvido...

sábado, 8 de enero de 2011

Pequeño gran mundo


Dos grandes ojos reconocen la señal y amanece. El sol se pone tan rápido como es llamado y toda nube se esconde tras las montañas. Las flores abren sus bocas al cielo para aspirar el agradable olor que desprende la mañana. El cielo azul se convierte en campo de juego para miles de coloridas mariposas que revolotean sin importar el cosquilleo que crean con sus alas. Los gusanos de seda despiertan de su letargo y van avanzando por las ramas hasta crear sus capullos. Se oye el suave murmullo de un riachuelo en la lejanía, tan solo roto por el cantar de los pájaros. Pájaros que mueven sus alas al ritmo de los latidos del corazón. Un leve viento agita las hojas de los árboles ya florecidos, que ofrecen sombra y cobijo a quien antes la necesitaba.

La señal se va acercando. El agua del riachuelo se empieza a arremolinar; los peces saltan de un lado a otro disfrutando de su nuevo entretenimiento. Los capullos antes formados, se abren para liberar las espléndidas mariposas que lo habitan, y éstas juegan y revolotean alrededor creando cosquilleos allá por donde vayan. El viento empieza a soplar con más fuerza y las hojas de los árboles bailan al compás de su sonido. Los pájaros aumentan sus aleteos al son de los latidos y se mueven de un lado a otro sin cesar.

Los dos grandes ojos ya apenas ven nada y la señal sigue haciéndose presente con cada sonido, olor o tacto. El mundo se acaba desbordando. Los pájaros y las mariposas juegan sin parar haciendo más y más fuerte el cosquilleo. El viento sopla con fuerza balanceando las hojas de los árboles sin ritmo, pero con alegría. Los peces saltan y saltan y el riachuelo fluye sin control. El cuerpo percibe un escalofrío, y todo lo que está ocurriendo dentro se hace ver en la superficie en forma de sonrisa.

La alegría de ese pequeño mundo hace aflorar nuevos sentimientos que, deseosos de ser liberados, suben dentro de burbujas hasta el corazón. Pero uno de ellos, el más aventurero, no se conforma con ser uno más, y sube hasta tu cabeza para susurrar al oído: “no te confundas, esto es amor.”